Isla Dos Hermanas Norte
Nueva Escocia era uno de los sitios elegidos para pescar, especialmente porque no teníamos necesidad de cargar con muchas cosas. Allí podíamos conseguir carne fresca, pan o galleta.
Con Pedrito Dubra nos arreglábamos con lo básico.
Esa vez no fue distinto. Lo único distinto fue que decidimos no ir a la isla La Pelada, como hacíamos por lo general, sino esta vez decidimos ir a la isla Dos Hermanas Norte, que era uruguaya, pero hasta donde sabíamos, deshabitada. Había en Nueva Escocia una familia que nos alquilaba una chalana y con ese propósito, ya temprano habíamos pasado a saludarlos y a invitar al hijo llamado “el Guadalupe” para que nos acompañara. Pero nos encontramos con un problema que paso a relatar:
¡No don Nito! Esta vez no los voy a acompañar porque es noche de luna y “no sirve” ir a la isla
¿Y porque decís que “no sirve”? ¿Qué pasa si vamos?
“Que pasa, no sé, pero dicen que “no sirve” ir en noches de luna. Que anda el casi Yateré”
¿Y quienes dicen que “no sirve” y que anda ese…”
“Y… dicen los que saben”
Como ya advertí que ese tipo de discusión generalmente no conduce a nada, pues esas creencias están muy arraigadas en la gente del campo era mejor darla por terminada.
“Bueno Guadalupe, esta bien, pero si no nos vas a acompañar, por lo menos prestame los tres perros que con esos sí que me sentiré seguro” Esos perros estaban acostumbrados a nosotros.
Así fue que partimos con Pedrito y los perros para la isla Dos Hermanas Norte.
Pleno enero: y en la espalda, en los hombros y en los brazos, el sol se ensaña con nosotros. Los pobres perros sienten también el calor bárbaro. Bobby y Chifle han buscado un poco de sombra debajo del asiento de la chalana. El otro perro “Bigote” no sabe donde echarse. La madera quema, toda la chalana quema.
Pedrito se envolvió la cabeza con una camisa mojada. Con golpes uniformes y cortos de los remos, voy avanzando aguas abajo. El sudor me corre por las piernas, por los brazos, por la espalda. El pantalón es como una plancha caliente en los muslos y en las rodillas.
La isla cercana muestra el verde de las costas, verde en el río, sol y resplandor del agua. Como es cerca del mediodía, el sol aprieta más y más.
Con el rio bajo, desde una piedra cercana, dos pájaros negros me observan. Enseguida los perros los descubren y les ladran con entusiasmo, pero rápidamente quedan atrás. La punta de la isla ya la hemos pasado y le encargo a Pedrito que vaya mirando un lugar donde acampar. Casi enseguida me dice “¡Allí hay linda sombra y es limpio!” Efectivamente es un lindo lugar y apunto la proa de la chalana que, al embicar, rasca la proa en la arena, con ruido a vidrio molido.
Después de acomodarnos y comer algo y los perros también, me pongo a pescar con el mojarrero. En la playada de arena está lleno de mojarritas. Pedrito también pescó muchas, así que carnada ya tenemos.
Preparamos los aparejos con varios anzuelos. Yo armé cuatro y despliego todo mi arte en encarnar los filosos anzuelos. La pierna izquierda adelante, el cuerpo inclinado, revoleo la línea como si fuera a enlazar la corriente y plomo y carnada llevan por el aire el mensaje blanco de la línea, que traza un suave arco, tocando ya estirada, el lomo de la corriente. Antes de que salga la luna tengo cinco horas de esperanza de una buena pesca.
Ha salido la blanca dama que por encima de las copas de los arboles a mirarse sobre las aguas serenas. A la luz de la luna se ha dormido también la brisa. Y porque se que también los peces en las noches de luna, sueñan o duermen, comienzo a recoger mis lineadas y Pedrito también van retornando una a una a la costa, con su carnada intacta. La última que recojo, a unos quince metros del campamento, detrás de un tocón se me engancha la línea, la dejo sin enrollar, casi al borde del río. Retorno al lado del fuego que está semi apagado y Pedrito le va arrojando ramitas para avivarlo para calentar agua para unos mates.
Pasa el tiempo y no nos dormimos porque es mucha la claridad y la belleza de la noche. Me incorporo sobre un codo y contemplo el rio, y por los golpes que da la chalana me doy cuenta que el rio está creciendo. Asi que me levanto para subirla un poco más. Voy y me recuesto de nuevo. En esa posición me quedo largo rato pensando.
De pronto, a mis espaldas siento un extraño ruido, como un siseo y de ramas que se agitan. Pedrito a quien suponía dormido me dice “¿Sentiste? ”Sí, le contesto” No hay viento. Me pongo de pie. Los perros gruñen. Uno ladra. No traje la escopeta, pero distingo el machete que brilla con la luz de la luna y lo agarro. Con el machete en la mano, me dirijo al sitio de donde proviene el siseo y azuzo a los perros “Tucale, tucale” Se alza una sombra blanca y se agita, luego desaparece. Los perros llegan antes que yo y ladran furiosamente. Bobby viene de vuelta gruñendo y me mira. Ni animal ni persona es, porque si no habría ya revolcones y gruñidos.
Me pongo mas precavido y voy avanzando despacio con el machete en alto y Pedrito detrás mío con un cuchillo. En ese momento se alza nuevamente la “sombra blanca” y pego el grito “¿Quién es?” Me responde el ladrido de los perros que me extraña que no ataquen. Doy un salto y ya estoy ahí. ¡Nada! Solo arena y el rio calmo. Se agita violentamente un largo yuyo al lado de mis pies. Salto para el costado y miro atentamente. El yuyo que tiene anchas hojas sigue agitándose. Corro a buscar la linterna y a su luz, descubro el misterio. La línea está tirante y se sacude. “zoquea” como dicen por aquí. ¿Qué pasó? La línea al borde de la corriente: el río creció y se la llevó. A algún pez le tentó la carnada y se prendió. En la corrida, la línea se engancha en el tallo del yuyo alto y finalmente lo quebró. Por eso la “sombra blanca” se agitaba solo de a ratos.
Me pongo a recoger la línea y los tirones y corridas parejas adivino que es un surubí: es grande. Lucha y lucha mientras voy recogiendo la línea y Pedrito la va enrollando. Hoy “el Guadalupe” y su familia van a comer pescado hasta hartarse. Del que se pescó solito
El yasy yateré no se hizo presente a pesar de esa luna grandota y la fama de la isla.
Así está bien.
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