“La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido”
Los saqueos comenzaron en Concordia el 15 de diciembre de 2001 y se extendieron por todo el país. El 19 renunció Cavallo, Ministro de economía y el 20 Fernando De Larrúa, no sin antes ordenar una represión salvaje que se llevó la vida de más de 39 personas. Una de ellas fue el Pocho Lepratti en Rosario, el “Ángel de la bicicleta”.
El 15 de diciembre de ese año, vi gente hambrienta frente a los supermercados, en un país que, como se dice, no sin cierto cinismo, puede alimentar a millones. No lo hace porque es injusto, desigual, concentra la riqueza en pocas manos y expulsa a la pobreza a millones.
Diciembre de 2001 fue el paroxismo de esa Argentina que comenzó con la miseria planificada por la Dictadura y sigue. Claudio Lepratti era uno de esos jóvenes que resistía esa Argentina. Nació un 27 de febrero de 1966 en Concepción del Uruguay. Fue a estudiar de cura con el Padre Edgardo Montaldo en Rosario pero al final fue profesor de filosofía.
El padre Montaldo se hizo Salesiano por Don Bosco y sus sueños, su congregación era para los chicos de la calle y los chicos presos. Durante décadas trabajó con la barriada humilde de Ludueña en Rosario.
“Los verdaderos milagros se hacen dando oportunidades a los chicos para que se salven” decía. El pocho Lepratti trabajaba con él, vivía en una casilla de madera en el Barrio y socializaba su sueldo de profesor en los comedores populares y en otras tareas solidarias.
Era una persona alegre que organizaba murgas, bailes, guitarreadas y campamentos. Un grupo barrial promovido por él logró editar la revista “El ángel de lata” que vendían los chicos de la calle: “somos los que hicimos las marchas, los paticortos de pelo duro que pedimos respeto cuando estamos trabajando, los que peleamos por la dignidad del que anda abriendo puertas, vendiendo flores, limpiando vidrios para no manguear ni robar”, era su presentación.
El 19 de diciembre a las seis de la tarde, se asomó al techo de la escuela, para gritarle a la policía que no disparase las armas porque estaban los pibes en el comedor y podían herirlos. “bajen las armas que aquí solo hay pibes comiendo”, inmortalizó el episodio la inmensa canción de León Gieco. Sin embargo, tres policías bajaron de dos autos. Uno apuntó a pocho con su itaka y lo mató con un postazo en la garganta. “Cambiamos ojos, por cielo, sus palabras tan dulces tan buenas cambiamos por truenos” sigue “El ángel de la bicicleta”. A Pocho Lepratti lo asesinaron intencionalmente, al igual que Cristo le lo clavaron brutalmente en una cruz, como a ese Cristo “el de las carnes en gajos abiertas, Cristo, el de las venas vaciadas en ríos” (Gabriela Mistral), lo tenían marcado, para mostrarlo vencido en el madero de las advertencias.
Es que Pocho Lepratti vivía su vida con la convicción del amor al otro como norte, con el precepto de “amar al prójimo como a sí mismo”, como Jesús lo hizo, sin juzgar sino con la más inmensa de las misericordias y solidaridades ante los que sufren, siguiendo el camino del que vino a redimir los pecados del hombre, dio por las víctimas del dolor y la pena, el compromiso de su misma vida, de su existencia.
En estas fechas en las que se celebra el nacimiento de Jesús,es necesario traer la historia del Pocho Lepratti como uno de los más consecuentes cristianos, y recordar en él la necesidad que el mundo y particularmente nuestra Patria tienen de esos hombres, la de aquellos conscientes de las injusticias que se juegan todo por un mundo mejor, justo, humano y solidario.
Sobre todo hoy, cuando el individualismo, el odio y la crueldad arrecian contra los vulnerables y los frágiles, cuando la insolidaridad y el egoísmo traduce su violencia contra los pobres, contra los ancianos, contra los jóvenes, los niños, los enfermos, en forma de saña, complicidad o indiferencia, es hoy, justamente que tenemos que rescatar a los que como el Pocho y cientos de miles de anónimos seres humanos, brindan Cristianamente su mano y su hospitalidad a quienes lo necesitan.
En estas navidades deseo profundamente el nacimiento de la ternura y la empatía en aquellos corazones fríos, ambiciosos, hijos de la codicia y del egoísmo, pero no adscribo el anhelo a la Fe, sino a la esperanza, aquella que se diferencia en asumir, cada uno de nosotros, un compromiso activo con esas transformaciones y no la espera ilusoria de alguien, para que logremos ese mundo amoroso que predicó el que murió en la cruz.
Comentarios
Para comentar, debés estar registrado
Por favor, iniciá sesión