La maestra de mi madre
En la primera escuela de Pedernal, Colonia Santa Isabel, Entre Ríos, que funcionó en los comienzos del siglo XX, en el viejo edificio de lo que fuera el pesebre del casco de la estancia en cuyas tierras compradas por el filántropo Mauricio de Hirsch se estableció en el año 1908 la colonia, acondicionado rudimentariamente para tales fines, daba clases junto al primer director Sr. Alberto Mathot, la señorita Andrea. Así la nombraba recordándola con gran cariño mi mamá en tantas y tan repetidas narraciones de su paso por los primeros grados de aquella escuelita rural a la que concurría a caballo “hecho mujer” junto a sus siete hermanos, alrededor de 1920.
Andrea Rovira, aquella maestrita rural que con 18 años y recién estrenado título de MAESTRA, dejó en sus alumnos tan profunda huella por su personalidad y porque supo infundir a los hijos de aquéllos inmigrantes judíos rusos el amor a nueva patria, a sus símbolos, a querer y valorar los libros y la lectura. Tanto fué así que sus enseñanzas me fueron transmitidas y hay momentos en que tengo la sensación que también fué maestra mía, por tanto que la recordaban en mi casa.
Sin dudas fué su verdadera vocación la docencia. Se empeñaba en entender y balbucear un idioma extraño, habiendo aprendido muchas palabras del idioma idish que traían los inmigrantes de esa colonia, con infinita paciencia. Hubo veces en que junto a otra maestra, salían a caminar por los caminos vecinales de la colonia ó “cortando campo”, a visitar a sus alumnos, llegando hasta la casa de mis abuelos maternos donde había ocho chicos que fueron sus alumnos. Contaban que gustaba saborear distintas comidas de recetas ancestrales y el amasijo que no faltaba en casa de los colonos que gustosos y halagados le ofrecían, mientras escuchaba sus historias por horas sin interrumpirlos, y que a sus alumnos los educó con amor como a hijos propios.
Solía escuchar en mi casa de que la señorita Andrea, “la maestra”, fué invitada al casamiento del mayor de mis tíos, y cuando al son de los clarinetes de la orquesta comenzaba a escucharse el alegre ritmo de una “tijera”, era la primera en salir a bailar tomándose de las manos en la ronda y con hábiles figuras aprendidas lo hacía con tal gracia como la mejor hija de colono, ya primera generación de argentinos.
Yo no la conocí, lógicamente a la señorita Andrea, pero le estaré eternamente agradecido por las enseñanzas y la formación que dedicó a mi madre, que en cierta forma yo heredé y transmití a mis hijos. A valorar el estudio, a leer é instruírse, a tener valores éticos, morales y espirituales, a no discriminar, a ser humilde y a respetar al prójimo.
La señorita Andrea se casó con el Sr. Mouliá instalando su residencia en Pedernal donde nacieron sus dos hijas, Ester y Sarita (Súrele). Ester, mas conocida por su seudónimo Minguet, también maestra rural se desempeñó durante muchos años como periodista en un diario local , constituyendose por su trayectoria en la decana de los periodistas, multipremiada por la calidad de sus artículos , tuvo la gentileza de prologar mi libro “Querencia”, y a medida que iba publicando sus viñetas, siempre evocaba su lugar de nacimiento, con anécdotas de una época tan rica en vivencias de una niñez y una juventud que gracias a maestras como la señorita Andrea, una criolla que supo instalarse en el corazón de todos ellos, fueron hombres y mujeres de bien que hicieron honor a nuestra Argentina, su patria, nuestra patria, que los acogió cuando salieron al mundo buscando, desesperados a veces, una nueva tierra de promisión.
Rindo ferviente homenaje a todos los maestros, en la persona que fuera LA SEÑORITA ANDREA... LA MAESTRA DE MI MADRE.
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