Los que pintaron al General San Martín
Recorriendo mis apuntes, encontré otro episodio relacionado con don Francisco de Goya que escribí hace algunos años. En realidad el mismo se refiere al Gral. San Martín y la poca fortuna que tuvo con quienes lo pintaron, como para que tengamos al menos una idea aproximada de su verdadera fisonomía, En realidad la más fiel por supuesto es el daguerrotipo realizado en Paris, cuando San Martín tenía 70 años.
Si tenemos que referirnos al retrato de Gil de Castro realizado en Lima en 1818, cuando San Martín tenía 40 años. Hay una pintura realizada por Jean-Baptiste Madou en 1824 de civil, con capa. A San Martín no le gustó y le hizo hacer correcciones, hasta que quedó satisfecho. Luego Madou, que era pintor y litógrafo belga le añadió uniforme militar. Fue pintado también de frente en 1825 por Jean-Joseph Navez en traje de civil, donde sus rasgos son identificables con los demás retratos. Otro pintado por la profesora de pintura de su hija Merceditas cuyo nombre se ignora, en Bruselas en 1827, a los 49 años. Es en el que San Martín sostiene el asta de la bandera que lo envuelve. Finalmente el daguerrotipo realizado en Paris en 1848, como decía antes, cuanto tenía 70 años, lo que para ese tiempo era un hombre viejísimo es la única imagen fiel que tenemos de él.
El cuadro del moreno Gil de Castro está compuesto por dos elementos: el prócer y la inscripción gráfica que figura al pie de la obra. Esto tiene una explicación: no es casual esta unión, por un lado el retrato físico y por el otro el moral. Reciamente definido el modelo a pintar y técnicamente vacilante la habilidad del pintor.
El resultado: una obra de mediocridad evidente. Aún para mí, que he reconocido de entrada mi incompetencia en la materia. Por eso entiendo que el pintor para completar lo que no pudo o no supo lograr con el pincel, usa esto como lapicera y escribe la frase que figura al pie del cuadro…” Nada prefirió más que la Libertad de su Patria”.
Dicho en buen romance, lo que no pudo lograr con el pincel, lo quiso mejorar agregando esa frase, advertido seguramente de la pobreza artística de la obra.
Esta situación me recuerda un episodio similar, cuyos protagonistas son Francisco de Goya y el duque de Wellington. Sin embargo aquí las cosas sucedieron al revés. Porque el pintor era muy grande y Wellington no tallaba tan alto como el Libertador.
Pasaré a relatar entonces el incidente en base al relato que nos hace en asturiano Llampayas. “Goya le está haciendo un retrato ecuestre a Wellington el que, puesto en una tarima, sentado a horcajadas en un taburete, dialoga frio y cortés, el rostro afilado, rubio el ceño, con el general español Álava a poca distancia matando el tiempo, fuman y charlan por lo bajo dos ayudantes. El aragonés pinta en silencio, con mala cara. Está disgustado y molesto. Al presentarse el duque la impresión primera en ambos ha sido de antipatía. El lord ha borrado con un gesto glacial el cumplido del genio y ese pintor de tres reyes, diez príncipes y veinte duques. Le ha dado la espalda encogiéndose de hombros. El estudio de Goya está caldeado por el desprecio que ambos se profesan y este es evidente.
El vencedor de Napoleón acostumbra a ser atendido con servilismo, no digiere la insolencia del artista. Le observa de soslayo. Mientras conversa con el general Álava, tantea, como en la batalla de los Arapiles, el punto débil del enemigo. En esto se apea del taburete y paseándose acompañado del general, para desentumecer las piernas, va y se detiene ante el lienzo. Menea la cabeza y señalando con el dedo un detalle en los arneses hace un comentario mudo. Álava asiente. Goya extrañado se revuelve en la silla. Mira alternativamente a uno y a otro.
Wellington con sorna, que en él es flema británica pregunta
─¿Ese caballo va a quedar así?- Goya salta con una mano en la oreja.─ ¿Qué dice?-
Álava oficia de portavoz – Su excelencia pregunta si va a quedar así el caballo-
-Quedará como deba-
-No le gusta-
¿No? ¡Pues ya ha quedado!
Y arrojando paleta y pinceles se encara con el duque.
-¡Así queda! ¿Lo oye? Así queda y tenga por sabido que ni usted ni nadie me hace a mí advertencias-
Wellington, con afectada placidez, que esconde su asombro y un punto de humor en las pupilas, insinúa un saludo. Goya estalla
─¡Ni advertencias ni burlas! ¡Redios! Las burlas las liquido yo con eso. ¡Con esto!─ Y corriendo a una mesa, golpea con furia la caja de las pistolas. Al lord una oleada cálida le colorea el rostro. Le invade la ira. Pero ¿Qué hacer? El pintor es viejo y él es joven. Se impone el repliegue.
Álava le acude:
─¡Por Dios don Paco! ¡Ni que fuera usted loco! Su excelencia no le ha ofendido… El retrato me parece admirable. Yo mismo deseo otro igual. Se lo pido desde ahora. Quiero que el duque pi9ntado por usted, honre mi despacho. Lo del caballo no tiene importancia…ha sido un decir…vamos: Modérese hombre y pinte. Vamos, vamos─
Tercia Javier, su hijo, e intervienen los ayudantes. Wellington saluda, esta vez con seriedad, y dirigiéndose a la tarima, cabalga de nuevo el taburete. No ha pasado nada. Goya recoge paleta y pinceles, se sienta ante el lienzo y como tiene los nervios sólidos, pinta y acaba en media hora sin que le tiemble el pulso.
¡Y le salió un retrato de Wellington como no hay otro en el mundo!
La conclusión frente a la singular calidad del retrato de Llampayas es que: cuando el pintor tiene personalidad, los retratos que salen de sus pinceles son “biográficos”
Cuando el pintor se siente empequeñecido ante el modelo- tal el caso de Gil de Castro frente al General San Martín- el resultado está a la vista.
La pintura de 1827 en Bruselas por la profesora de pintura de Merceditas, cuyo nombre no me fue posible encontrar – el mismo San Martín dice que lo ha hecho más viejo y a los ojos los encuentra defectuosos, aunque en general se le parece bastante y a su vez, a la litografía de Madou.
El daguerrotipo realizado cuando tenía setenta años no es más que una sombra de lo que fue. Es la de un anciano. Aunque podemos superponer sus rasgos sobre la pintura de Bruselas en 1827 y sin dificultad vemos que hay coincidencia en el mentón y la nariz y forma de la cabeza, lo que nos aproxima bastante a la verdadera fisonomía.
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