El archivo del Museo ha ido creciendo en este tiempo gracias a los distintos relatos, documentos y materiales que, de manera muy generosa, han aportado diversas personas de Concordia.
Hace un tiempo comentábamos la definición proporcionada por el Consejo Internacional de Archivos, que resalta la importancia de “los documentos de archivo, (que) son el subproducto documental de las actividades desarrolladas por el hombre y se conservan por su valor testimonial a largo plazo (…) con el tiempo, estos documentos se convertirán en una ventana que nos permitirá acceder a eventos del pasado” (extraído de www.ica.org). Les proponemos asomarnos por esa “ventana” al pasado de nuestra ciudad a través de un relato en primera persona, narrado por un amigo del Museo. Nos referimos a Don Faustino Torrano, a quien, gracias a Omar Lagraña, tuvimos el placer de conocer. Con él charlamos sobre diversos aspectos de “otras épocas”. Don Faustino, con más de noventa años, escribe de puño y letra en un valioso cuaderno que tuvo la amabilidad de prestarnos. Este cuaderno, titulado “Historias”, contiene descripciones de distintas características cotidianas de la ciudad, de sus comercios, de las pequeñas fábricas y talleres que existieron en tiempos pasados en Concordia.
En el apartado denominado “Recordando”, Don Faustino hace memoria y cuenta que:
“En la época de mis recuerdos, la Estación de Ferrocarril Concordia Norte estaba en construcción y funcionaban tranvías eléctricos. El Puerto de Concordia estaba muy activo con barcos de carga y pasajeros. En ese entonces había muy pocas cuadras asfaltadas y muchas calles de la planta urbana aún no estaban abiertas. Los baldíos abundaban en la zona céntrica. La ‘Placita de los Toros’ estaba completamente vacía y, a veces, llegaban los circos. También se instalaban circos en las calles San Luis, entre Espejo y Liniers, o en Las Heras y Alvear.
En aquellos tiempos, el arroyo Concordia corría a cielo abierto y en sus aguas había mojarritas y otros peces. Los policías se desplazaban a caballo (…). La ciudad era muy silenciosa. Se podía oír el ‘pito de Ortelli’, que indicaba la hora de entrada y salida del personal; escuchábamos su sonido todos los días desde mi casa, ubicada en Alvear y Balcarce. También se oía la campana de la viña de San Román en San Carlos y, con mucha claridad, la campana de la escuela San Martín.
Era muy notorio el ruidoso rodar de los carretones basureros que ingresaban a la ciudad por la calle Las Heras desde el corralón, que estaba en Balcarce y Chile. A veces, el viento norte traía el tintineo de los cencerros de los carros que llegaban a la Tablada Norte, aun estando a una legua de distancia. Frente a la Tablada Oeste, la Iglesia Nuestra Señora de Pompeya tenía un sistema de amplificadores para el repique de las campanas, que se escuchaba claramente desde nuestra casa”.
Agradecemos profundamente a Don Faustino por compartir estas reminiscencias de Concordia. Nos volveremos a encontrar en una semana para seguir descubriendo más historias del pasado de Concordia y la región.
Museo Regional Palacio Arruabarrena
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