Se agrandó Chacarita
Todos los miércoles los jubilados marchan por su dignidad. No solo por su subsistencia. Van a protestar al Congreso donde sistemáticamente son reprimidos de un modo atroz.
La sociedad Argentina naturalizó que los miércoles repriman a los jubilados. Aprendió a mirar con indiferencia los palos y los gases que sin piedad caen sobre adultos mayores indefensos. O reproducen repudios en las redes, ese dispositivo de adormecimiento y desmovilización que el Poder creó con tanta eficacia, touché Foucault, sujeto sujetado. Alguna vez, la sociedad argentina dijo: “con los jubilados no!”, trazando un límite ético de lo que estaba dispuesta a permitir. Esa frontera es permeada todos los miércoles cuando los jubilados son golpeados ferozmente sin escándalo. Esa apatía, esa indiferencia es la medida de la degradación ética. Es signo de enfermedad social. Los legisladores, la oposición política (salvo la izquierda), la CGT, como mínimo, no se sienten aludidos. Así con su defección, Patricia Bulrich despliega todos los miércoles su sadismo reventando jubilados. En medio de este contexto desgarrador, decepcionante y desesperanzador, surge, de repente, inesperadamente, algo nuevo, sorpresivo, aparecen los hinchas de Chacarita Junior, acompañando a los viejos en las marchas. Son hinchas que van sin violencia a cuidar, en la medida de lo posible, a los jubilados, a estar con ellos cuando las corridas, los palos y los gases, una represión inusitada y vergonzosa, se lancen sobre los ancianos. Es una idea muy feliz que quieren hacer crecer estos hinchas, convocando a otros clubes para defender a los jubilados de las agresiones sistemáticas e inusitadas. Ilegales, patoteriles, antidemocráticas, inconstitucionales. Los jubilados protestan porque no pueden sobrevivir, porque no tienen para comer, para comprar remedios, para sobrevivir. Entonces, el gobierno responsable de su miseria, no les aumenta las jubilaciones, al contrario, obscenamente, con la compra de votos de legisladores, veta la ley que prometía un exiguo incremento. Piden pan, y les rompen, literalmente el pescuezo, los matan a palos. Los gasean. Los vemos caer, llorar, correr, desesperadamente ante los canallas que los asedian vestidos de robocop. No hay ningún fiscal “corajudo”, ningún juez que intervenga ante tanta aberración legal y humana. Debo confesar que la respuesta de los hinchas de Chacarita ha sido una de las pocas gratas noticias sucedidas en estos tiempos de sombrío desasosiego, de tristezas sin fin, de angustias de pesadilla. Es que la esperanza revive con estos acontecimientos, reaparece la sensación de que no todo está perdido. Que a la indiferencia sucede el escándalo, y la sensibilidad a la apatía. Que la humanidad renace, cuando estos hinchas se solidarizan con los viejos, cuando estos hinchas, plenos de amor y valentía, ponen el cuerpo con y por sus abuelos. Que sean hinchas emociona. Cuantas veces se asocian esas multitudes a las barras bravas, a la violencia y la irracionalidad. Muy poco después del nacimiento de los primeros clubes argentinos, Ramos Mejía escribe “Las multitudes argentinas”, en las que asegura, siguiendo a Gustave Le Bon, que el individuo cambia cuando se integra en una masa, pierde inteligencia y es guiado por sus impulsos apasionados e irracionales. Esa inscripción de las multitudes en el territorio de la barbarie, perdura en nuestros días. No pocas veces escuchamos relatores de fútbol, prejuiciosos e ignorantes, que exaltan el comportamiento del público en las canchas europeas, en contraposición al salvajismo de los hinchas sudamericanos, dicen. Un resabio futbolero de la indeleble grieta que Sarmiento abrió, civilización y barbarie. Ramos Mejía apuntaba a crear una sociología del control del orden oligárquico, frente al aluvión inmigratorio que amenazaba con perturbarlo. Las masas son para él sociólogo, entonces, incultas, impulsivas, e insensatas, como sus demandas. Sobre todo las anarquistas y socialistas. De estas ideologías inmigratorias surgieron precisamente los clubes de barrio. En el caso de Chacarita predominó en su nombre la referencia del famoso camposanto, que suscitó por su asociación, un conflicto con la AFA que intentó prohibirlo. En sus colores el rojo es socialista, el blanco la pureza y el negro del cementerio. Los “Funebreros” están hoy del lado de la vida, de la empatía y la solidaridad. Es un gesto destacable. El Poder ha tachado de irracional a las masas, como lo ha hecho en sus manifestaciones políticas con el fin de desestimar la idea de que toda transformación social surge del pueblo. Está claro que a los hinchas de Chacarita le sobran razones, los sostiene una ética humana inclaudicable. No son una masa informe, sino una serie de singularidad que se aglutina en ideales amorosos compartidos. La defensa de los oprimidos y perseguidos. Aquellos que el gobierno considera inferiores, desde teorías supremacistas y ataca permanentemente, Los pobres, los trabajadores, los jubilados, los LGTBQ, los desocupados, los discapacitados, los enfermos, los disidentes políticos, las mujeres. Hoy es precisamente el día internacional de la mujer trabajadora. Tal vez en esta columna hagamos síntesis con la figura de Norma Plá, una maravillosa mujer, luchadora por los derechos de los jubilados. La mujer es “el negro del mundo” ha dicho John Lenon. Este día de reflexión y de lucha se conmemora, precisamente, en homenaje a las 129 víctimas incendiadas en una fábrica en Nueva York, en medio de sus reclamos por mejoras salariales y en sus condiciones laborales. La mujer, el negro del mundo, ha logrado extraordinarias transformaciones en nuestra sociedad y nuestra cultura en su larga lucha, catalizada en las últimas décadas. Los jubilados también son los negros del mundo, como todos aquellos que el Poder somete. Ojalá que entre todos los oprimidos del mundo, siguiendo los ideales y valores de la solidaridad y el amor, logren la utopía de otro universo posible, en este momento, en esta noche cruel, de retroceso civilizatorio.
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