Un mundo feliz
“No se puede jugar con la ley de conservación de la violencia: toda violencia se paga y, por ejemplo, la violencia estructural ejercida por los mercados financieros, en forma de despidos, perdidas de seguridad etc., se ve equiparado, más tarde o más temprano, en forma de suicidios, crimen y delincuencia, adicción a las drogas, alcoholismo, un sinnúmero de pequeños y grandes actos de violencia cotidiana” (Pierre Bordieu).
La discusión que sacude el Mundo acerca del saludo nazi de Elon Musk termina siendo innecesaria, después del discurso de Donal Trump, en el que no hubo ambigüedades ideológicas. Habló de muros, supremacías raciales y segregaciones, expansionismos y apropiación de territorios, imperialismo y guerra, discriminaciones a la diversidad de género, a los latinos, a los mexicanos y a todo los no/yo, a los que no son ellos. En Davos, este jueves, Milei nos avergüenza ante el mundo con discursos homofóbicos y antifeministas basado en prejuicios fascistas que no responden a ninguna realidad objetiva, con el horrendo mamarracho de asociar la homosexualidad con el abuso sexual y pretender un mismo tratamiento para el femicidio y el homicidio, desconociendo que la exuberante cantidad de casos del primero en comparación con los homicidios. Una ignorancia y brutalidad espantosa y bárbara, que estigmatiza la diversidad y nos agrede a todos, a todos los seres humanos. El fascismo, como le oí decir al filósofo Rocco Carbone, no es una idea, es la muerte de las ideas. Es el predominio del odio y la destrucción del que es o piensa diferente, al que deshumanizan y aniquilan. Para colmo, para defender a Elon Musk, el Presidente de la República Argentina tuvo una expresión de incitación al odio y al delito- paradoja de negar el nazismo con manifestaciones propias de esas ideas-, una amenaza inusitada e inaceptable, impropia de su rol representativo, en una sociedad democrática. Amenazó con perseguir, hasta el punto de hacerlos temblar de miedo, a un amplio sector de la sociedad por no pensar igual que él, con epítetos propios de un pandillero, mientras amenazaba con que iban a temblar, dijo que iba a buscar por todo el mundo a las personas que llama “zurdos hijos de puta”. Estigmatizó, como un enemigo a hostigar y castigar, a adversarios políticos con los que en un Estado democrático se deben establecer intercambios, discusiones y debates, para mejorar la vida de los argentinos, desde una posición de respeto y tolerancia. Esto, propio de aquella ideología totalitaria que tuvo sede en Alemania y que pretende rechazar, fue dicho además en un país que sufrió una Dictadura Cívico Militar y Eclesiástica que secuestró, torturó y desapareció a 30000 personas, por este tipo de expresiones y persecuciones, y que el gobierno negacionista de Milei reivindica. Y en el que hace demasiado poco tiempo una vicepresidenta sufrió un intento de asesinato influido por esos discursos de odio. Estos discursos generan violencia social. No son casuales los episodios cotidianos en los que por intolerancia frente al “otro”, se desatan agresiones entre vecinos que no pocas veces terminan trágicamente. Lo vemos todos los días en los medios y en nuestras calles. El mal humor social se alimenta de estos discursos violentos que incitan conductas destructivas, en un contexto económico, social y cultural gravemente degradado. Las ideologías de Trump y Milei no solo buscan perseguir y destruir enemigos, no solo representan la muerte de las ideas, sino que ninguna política está dirigida hacia la felicidad del pueblo. En el discurso de Trump sobresale la fuerza guerrera, la potencia, la seguridad, el reconocimiento de la potencia, incluso la envidia que darán al resto del mundo. Pero ninguna mención a la felicidad. No creo que la política sirva para otra cosa que, para buscar la dicha del Pueblo, un mundo en el que todos quepan y en el que se pueda convivir en paz, sin embargo, estos Presidentes y sus partidos, ni la mencionan. Es cierto que-como dice Freud “en el Malestar en la cultura”, cito de memoria- la felicidad parece no entrar en el programa de la humanidad. La enfermedad, la muerte, las calamidades y catástrofes naturales y ese “infierno que son los otros” (Sartre), que nos privan y violentan, la amenazan desde adentro y afuera tornándola imposible como una aspiración permanente. Sin embargo, podemos aspirar a cuotas módicas de ese placer, a grandes y hermosos momentos de felicidad que le dan sentido a la existencia, en el amor, el trabajo creativo y las sublimaciones que nos brindan la cultura y el arte. No hay felicidad sin ternura, sin empatía. Tanto es así que mientras los poderosos del Mundo alentaban el odio y la aniquilación, la asolación y los estragos, nuestro país recuperaba la nieta 139. Un acto de amor conmovedor, una alegría inconmensurable. La felicidad del reencuentro de una persona con su identidad apropiada, una reparación del dolor y la injusticia de todo un pueblo, un resplandecer de la Verdad gracias a la búsqueda incansable, heroica, de las Abuelas de Plaza de Mayo. En un momento de recrudecimiento de la hostilidad, la persecución y devastación al movimiento de derechos humanos, con despidos, cierre del Centro Cultural “Haroldo Conti”, con la provocación del intendente de Gualeguaychú, de borrar el mural de los desaparecidos, las Abuelas y el pueblo argentino, logra recuperar otra nieta que padeció las políticas nazifascistas de la Dictadura. Las políticas de la crueldad, en todos los ámbitos de la vida social y de la cultura, como la reciente idea de referentes del partido de gobierno de incitar a echar violentamente a las personas que viven en las calles, como si lo hicieran por voluntad y no como efectos de un Sistema perverso que los excluye y condena a vivir en condiciones miserables, precisamente por este capitalismo salvaje que estos gobernantes ejecutan. Creo que hay que hablar de la ternura y del amor como fines de la política, como lo han hecho y lo hacen con dignidad las Madres y Abuelas de Plaza de mayo, faro luminoso y ético, porque, como decía Fernando Ulloa “hablar de ternura en estos tiempos de ferocidades, no es ninguna ingenuidad. Es un concepto profundamente político, es poner el acento en la necesidad de resistir la barbarización de los lazos sociales que atraviesan nuestros mundos”. Y vaya que asistimos a un mundo salvaje y bárbaro, al que hay que resistir con el amor, pues como dijo el poeta, “si nada nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida”, para eso No hay mejor guía que unas inmensas mujeres de pañuelo blanco.
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