Usar el mate
“Si la historia la escriben los que ganan, quiere decir que hay otra historia, la verdadera historia, quien quiera oír que oiga” Litto Nebbia
“Usar el mate” es una expresión metafórica derivada de la comparación del recipiente con el que se realiza la experiencia de beberlo con la parte del cuerpo que usamos para pensar y también la experiencia y el rito más cotidiano en nuestro país, que se inicia con el alba, con el canto del gallo, y que se concreta en soledad o se comparte con la familia, los compañeros de trabajo, o en la escuela, cuando aceptan naturalmente su uso. O que se prepara como gesto de cordialidad cuando se invita a alguien a dialogar, e incluso de hospitalidad, cuando se recibe a un amigo o un vecino, circunstancia en la que se le ceba unos buenos amargos, porque como bien aclara Amaro Villanueva, historiador y especialista del mate, este no se sirve, sino que se ceba, es decir, se mantiene sabroso y nutritivo a través de las reglas de su conservación. Y disfrutamos y naturalizamos la charla, o la actividad que hagamos mate de por medio, dando por hecho su presencia y cálida compañía, sin preguntarnos su origen, ni las motivaciones de nuestra tradición. Y si lo hiciéramos veríamos que aquello más cercano y querido de nuestra cotidiana existencia, este feliz ejercicio del día a día, este fraternal hábito de lo cotidiano de la infusión de la yerba mate, se lo debemos a nuestros hermanos aborígenes, quienes los han creado desde tiempos inmemoriales. Sin embargo, como gran parte del relato oficial de nuestra historia, está verdad está tergiversada por la distorsión de quienes imponen una visión cuyo interés es el de negar, invisibilizar y desaparecer a los habitantes originarios, no solo física, sino simbólica y culturalmente. Entonces podemos fiarnos de los que han estudiado sin esos prejuicios acerca del origen de esta infusión característica y telúrica y recurrir a la ya clásica obra “El mate, el arte de cebar y su lenguaje”, de Don Amaro Villanueva, quien asegura, con pruebas indubitables, que se trata de una costumbre recibida de los aborígenes guaraníes, tanto del descubrimiento de la calabaza de que hizo vaso y vasija, como del vegetal (caa), con cuyas hojas daría sustancia a la cordial infusión, y el tratamiento y administración de esta yerba, el uso de la bombilla y la caldera, son creados por este pueblo, inventos que testimonian el grado de civilización y cultura alcanzados , aun sometidos por la invasión, que se los apropia (caigua llamaron los guaraníes al mate, al recipiente y mati los quechua, de donde proviene al castellano). Es precisamente ese grado de civilización y cultura que los historiadores y políticos que perpetraron el Genocidio de los aborígenes, pretenden negar . Dice Villanueva: “conspira igualmente contra la reivindicación de derechos del aborigen como creador de la costumbre y los medios de practicarla, la facilidad con que se siguen desfigurando los hechos, a expensas del salvaje, en un despojo multisecular, que no se ha satisfecho con la total enajenación de sus bienes materiales”. Historiadores, científicos y folkloristas, dice el autor, dirigieron sus esfuerzos a negar crédito a la creación del mate por los originarios, sus bártulos y sus formas de uso. Uno de esos testimonios es el usado por Lucio V Mansilla, en su excursión a los indios ranqueles, en el que argumenta en contra del derecho a la propiedad de los ganados de los pampas esgrimiendo que:” los gringos, que eran los españoles, trajeron todas esas cosas. Voy a probárselo: ustedes lo llaman al caballo cauallo, a la vaca uaca…a la yerba yerba, y a una porción de cosas lo mismo que los cristianos y ¿Por qué no las llaman de otro modo a esas cosas? Porque ustedes no las conocían hasta que las trajeron los gringos”. Lo más dramático es que finalmente el Cacique de los Pampas, Mariano Rosas, termina reconociendo que los cristianos les enseñaron a los indios a tomar mate, en un ejemplo del modo en que más bien, les “comían el mate”, sin necesidad, en esas épocas primigenias de los trolls y los grandes medios de manipulación mediática, necesaria hoy, para el mismo fin, es decir para que la víctima acepte la verdad del opresor, omitiendo en este caso, que los españoles y los Jesuitas tomaron la costumbre y el estilo de yerbear, del invento de los guaraníes. Incluso más, primeramente intentaron la leyenda falaz de la aparición de Santo Tomás en las tierras de las Misiones como creador del mate, es decir, un demiurgo blanco y europeo. También fueron atribuidos a los Jesuitas los orígenes del mate, cuando estos, en realidad preferían tomar la infusión directamente del vaso, lo que luego fue conocido como yerbeao o mate cocido, recién cuando dejaron de combatir, en los aborígenes, el hábito del mate, denunciándolo incluso a la Inquisición como un vicio que expresaba supersticiones diabólicas, hasta que lo aceptaron cuando comprobaron los beneficios de su comercialización, es decir, en función de sus propios beneficios.
Conquistadores, catequistas, luego los Poderosos terratenientes que “organizaron” la Nación con la sangre y el robo de los habitantes originarios, arrebataron su historia, su cultura y su identidad, como lo hicieron con sus tierras y con sus vidas, borrándolas y apropiándoselas, y el mate, esa noble infusión que compartimos día a día, es un claro ejemplo de esa tentativa hasta en las costumbres más sencillas de nuestra vida en común, en la que detrás de las mismas, encontramos, silenciadas y acalladas, las verdades constitutivas de nuestra historia.
En tiempos en que el conocimiento de nuestra historia está devaluada y el Poder pretende imponer y reivindicar versiones distorsionadas según sus intereses, como la inadmisible exaltación de los Genocidios, borrando nuestra identidad histórica, esta nota es una apelación a “usar el mate”, tanto en la placentera práctica cotidiana, espumosa de amistad, afecto y cordialidad, como en el esfuerzo de pensar e interrogar, los falaces relatos acerca de dónde venimos y quienes somos.
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