La economía real como feria de resistencia
A estas alturas, lo más resonante de la política institucional argentina es inanalizable. Las facultades delegadas a una persona que ha demostrado sobradas veces no estar en sus cabales no es meritoria de reflexión. Para un Régimen de Incentivo a las Grandes Inversiones (RIGI) que consolida por enésima vez un pacto colonial, sobran históricamente las críticas. Un paquete de privatizaciones que, rifando infraestructuras, solo servirá para sostener los gastos corrientes de un superávit engañoso es meramente insostenible. Una reforma laboral que es un retorno directo al cuadro pintado por Bialet Massé a fines del siglo XIX es simplemente inanalizable.
Consideramos que, tomada seriamente, la empírica ciencia social no debe gastar una gota de tinta ni un minuto de gabinete en el análisis de esta catástrofe pergeñada por promotores de la entrega y traidores a sueldo. Como frente a la barbarie de la inquisición, la ciencia debe sostener sus principios: execrar públicamente los dogmas ortodoxos y esperar la venida de su turno, inevitable por la celeridad de los acontecimientos.
Entonces ¿qué hacer? Proponemos centrarnos en la socioeconomía real para pensar y organizar la supervivencia con otros hasta que aclare.
Frente a estas distópicas promociones de rebaja de la patria a las corporaciones, humildemente entendemos que su contracara no radica solo en la planificación estatal bastante desgastada como estrategia en la última década. Sino en la economía social: un sistema histórico de valores, prácticas, organizaciones e instituciones más o menos formales que sirven a las comunidades para organizar y regular el proceso de producción y reproducción de su vida material.
Aquí, por supuesto, entra la metáfora del mercado. Ahora bien, un mercado que es más parecido a una feria de cercanía, con múltiples jugadores, real competencia, real inversión de riesgo y mutua confianza. Un mercado que poco se parece a la actual imagen lúgubre de las mesas de dinero de whiskería, en que grandes jugadores están apostando como fichas suyas la promoción estatal, el capital fijo del sector público y las cláusulas indemnizatorias. Como sistema histórico, la economía social no tiene nada que ver con la novedad de los sellos de calidad o el packaging de “lo artesanal”. Esta experimentación socioeconómica tiene larga data en nuestro país, a través de cooperativas de crédito y de construcción de la vivienda obrera que ya tienen más de 80 años. Con el mismo principio de solidaridad se fundaron las mutuales de inmigrantes prestadoras de servicios de salud y de aprovisionamiento de productos de primera necesidad. En esa dirección, se practicó el deporte y se enriqueció la vida sociocultural a través de clubes ingleses, alemanes, italianos y españoles. También así se acercó el veraneo a las clases medias a través de los hoteles sindicales en la década de 1950.
Como formas de reproducción de la vida material, estas instituciones creadas por la sociedad desde principios del XX, permitieron controlar precios de alimentos y vestimenta sindicando el poder de los consumidores en ciclos inflacionarios pasados, financiaron microemprendimientos que fortalecieron un capitalismo nacional en plena industrialización en la década de 1940, proveyeron y proveen servicios de energía y agua, agruparon los sueños de deportistas e hinchas en torno al aliento en la cancha y el festejo de terceros tiempos. Finalmente, crearon virtuosos ciclos de acumulación económica en tiempos de bonanza y nunca cometieron la canallada de dejar de abrir sus comedores en tiempos de depresión.
Al incorporar la dimensión social, solidaria y popular, la economía supera las frías obviedades matemáticas de fines del siglo XIX. En esta sociodiversidad de experiencias humanas la rentabilidad empresaria tiene lugar; claro, es poco menos que un supuesto, es una obviedad sin relevancia analítica en la economía capitalista. Sin embargo, como en las viejas ferias y mercados de cercanía también hay lugar para poner en juego lo colectivo, los valores comunitarios, el deseo del encuentro con un otro, lo cívico, lo público, la identidad del propio lugar. La incompatibilidad entre competencia empresarial y la convivencia comunitaria es meramente una fantasía morbosa. El pensamiento de una mentalidad perturbada que festeja como competencia la destrucción mutua e interpreta que la convivencia es opresión.
Dos imágenes de cierre sirven para ilustrar los latrocinios que atisban la tragedia del presente. La primera, el pequeño kiosco o tienda puesta en funcionamiento con los restos de la indemnización o los préstamos familiares es rápidamente absorbida por la competencia desleal que propone la libertad amañada del presente. ¿La imagen? Búsquela usted entre las ruinas de los comercios de cercanía abiertos y poco tiempo después cerrados en los últimos 12 meses. La segunda, el ataque sistemático (medios y política partidaria institucional) a los referentes de cooperativas de trabajo y comedores populares de los últimos seis meses. Ambas imágenes responden a la misma abstracción impracticable: pensar a la economía desde la rentabilidad individual y al entorno (personas, cosas y naturaleza) como meros instrumentos de mi crecimiento individual.
Rasgados los restos del entramado social primero por la inflación y luego por la desregulación, ahora se busca liquidar las últimas organizaciones que proponen recomponer el lazo en el comedor, la educación en oficios, el trabajo cooperativo y la empresa familiar.
Como comunidad ¿Atravesaremos esa última frontera propuesta por el egoísmo exacerbado?
Viendo la agenda ejecutiva, legislativa y judicial, ya es evidente que la tormenta se descarga DESDE las instituciones públicas. El dogma ortodoxo parece, una vez más, necesitar al “instrumento Estado”; por tanto ahora orienta su ataque a lo que de solidario queda en las prácticas económicas. Es decir, ahora el enemigo es la sociedad. Recompuesta la definición de economía como ese complejo entramado histórico en que la reproducción material tiene lugar en la diversidad social y el acervo cultural, parece que ejercer la solidaridad en nuestras prácticas económicas es defender la sociedad y deviene una de las tantas formas de resistencia.
Para más información, visionar dos clásicos de la filmografía nacional: “Luna de Avellaneda” e “Industria Argentina”.
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