“Pedofagia”: ¿La juventud como chivo expiatorio del pasado y el presente?
Cerramos el mes de marzo escuchando desde los salones mismos de la Casa Rosada los discursos negacionistas de un periodo de plomo de la historia nacional que se tragó en una orgía de torturas y desapariciones a toda una generación. Iniciamos abril conmemorando a los únicos héroes (malvineros) en este lío. Dos generaciones empujadas al abismo. Y casi como si de animosidad se tratara, el oficialismo nacional reaviva el debate del sistema penal juvenil para “atender los problemas” de una nueva generación. Emerge así la pregunta ¿Qué propuestas presentan nuestras sociedades para las juventudes? ¿Por qué el sub 20 siempre es el chivo expiatorio ante los extravíos de la adultez? Sobre ello reflexiona nuestro artículo.
Durante la primera mitad del siglo XIX, los primeros países industriales constituyeron una disciplina de trabajo fabril que destruía en cuerpo y ánima a la masa humana que excretaba la vetusta ruralidad feudal europea. Las principales víctimas eran las infancias que morían y/o perdían sus extremidades en tropel frente a las hiladoras y las máquinas a vapor, por la mitad del salario de sus padres. Sin embargo, desde 1850 vemos la extensión de la niñez y el nacimiento de la adolescencia como marca de época sociocultural. Se extendieron los niveles escolares obligatorios y se retiró a amplias capas etarias del mercado laboral. En ese sentido se expresaban los primeros sindicatos ya que así se descargaba el mercado laboral y estabilizaban los salarios en un mejor nivel. También así legislaron las clases económicamente dominantes, para evitar la mortalidad infantil en el puesto de trabajo y asegurar la reproducción biológica de la clase trabajadora en futuras generaciones. Las responsabilidades civiles y penales de esos nuevos “menores de edad” recaían sobre quién detentase la patria potestad. Entendiendo que solo tardíamente y ya bien entrado el siglo XX, la niñez y adolescencia devinieron una cuestión de derechos diferenciados, podemos caer en la cuenta que el cuidado de nuestras infancias y juventudes es cosa de todos los días.
No somos innovadores aquí. El capitalismo industrial desde sus fases más tempranas es antropófago: consume humanidad y excreta “mano de obra”. Pero entendemos que una de las derivaciones de dicho proceso es la pedofagia. Como Saturno, secuencialmente el régimen político y económico contemporáneo deglute a su propia progenie. Esto se actualiza hoy. Con el lento proceso de desfinanciamiento educativo en marcha, la dirigencia política oferta a la muchachada solo una opción: ser carne de cañón en un nuevo sistema penal juvenil. Sin ninguna sutileza, se levanta el dedo acusador sobre todas las juventudes, pero siempre espeja, y nos devuelve la imagen de nuestro propio fracaso generacional como padre, madre, tutor/ra o encargado/a. Fracaso que sumamos a una larga lista heredada de un pasado de silencios o complicidades.
Como una particular combinación entre neoliberalismo en lo económico y conservadurismo en lo sociocultural, las dictaduras cívico militares del último tercio del siglo XX en Argentina descargaron su expiación sobre la militancia estudiantil secundaria y universitaria, con la excusa de atacar una delincuencia guerrillera urbana que ya había sido vencida para 1976. Así, casi un tercio de las torturas y desapariciones forzadas (1976-1983) recayeron en un rango de edad entre 14 y 18 años. No conforme con ello, el mismo proceso político fagocitó a parte de la siguiente generación empujando al país a una guerra con la tercera potencia militar global del momento. Generales aturdidos de whisky.
Capitanes más acostumbrados a la vigilancia interna que a la batalla frontal. Ergo, desenlace obvio. La guerra de Malvinas envía a la muerte a una nueva generación, que aunque mal alimentada y pertrechada, se niega a ser víctima, actualizando los rostros en tecnicolor de héroes y heroínas de la patria.
Tímidamente en los ochentas, determinantes en los noventas, los ajustes fiscales en democracia eliminan la posibilidad de alcanzar la independencia económica y planificar un futuro para toda una nueva generación de jóvenes. A las puertas del XXI, el hilo de Ariadna conectó al piquete con la cacerola, y el siempre hambriento Minotauro neoliberal debió escapar en helicóptero de su propio laberinto. El progresismo del nuevo siglo no pudo, no quiso o no supo volver a ocupar las periferias de las grandes urbes criollas devastadas por años de retiro de las funciones sociales del Estado. Así llegando al presente, otra generación de jóvenes queda a merced, esta vez, de las bandas organizadas y la narco criminalidad. Acorralados en barrios sin servicios públicos y con sistemas educativos y sanitarios para los que “no hay plata”, una vez más, la única cara que la juventud ve del Estado es la boina azul de la policía.
Aprovechando la escalada de violencia narco en Rosario, el gobierno de Milei reabre un debate tan antiguo como la injusticia: una reforma punitivista del sistema penal juvenil. Se usan estadísticas regionales sobre las edades de imputabilidad; por supuesto sin comentar que en todos esos países la violencia y la criminalidad es peor que la nuestra. Se habla de cárceles modelo, sin poder evitar la fuga de meros carteristas en jurisdicciones que controlan hace décadas. En fin. Nuevamente, se usa de animal de sacrificio a nuestras juventudes y esta vez, en un paroxismo morboso, se perfora el techo etario de las infancias. Es lógico que un dogma socioeconómico, que funciona en un estadio teológico, encumbra la sinrazón y enaltece liderazgos mesiánicos encuentre su cenit sacrificando jóvenes a quien sabe qué deidad de manos invisibles y botas omnipresentes. Sin embargo, quien suscribe profesor de secundaria (entre otros trabajos) se permite dirigirse a su generación que ya paterna a esas juventudes, pidiendo un minuto de reflexión.
Ha sido la sutileza la que permitió separar la paja del trigo. Si desde el negacionismo oficial nos atenazan la democracia simplificando con “dos demonios” que ahora aparecen hablando el mismo idioma de la “guerra interna”, recuperemos el espíritu del Juicio a las Juntas (1985) y recompongamos la diferenciación establecida entre asesinato simple y crimen de lesa humanidad perpetrado por el Estado para el disciplinamiento de (aquellas) nuevas generaciones. Ante un militarismo bidimensional oficialista, hay que remalvinizar a la sociedad recordando que aquellas valientes juventudes se sembraron en el sur en defensa de la soberanía nacional y no de la mera simbología fálica del uso de la fuerza pública. Ante un oportunista punitivismo juvenil, retornemos a la exigencia por la doble escolaridad, atenacemos al crimen organizado con ocupación territorial (seguridad ciudadana + política cultural accesible).
Tortura, desapariciones, guerra, desempleo y narcotráfico. La criminalización de la juventud es una capítulo más de las “tradiciones pedofágicas” que, en caso de legislarse, no demuestran más que otro estrepitoso fracaso colectivo de una nueva generación de adultos. Pues rompamos estas tradiciones y evitemos atender con sacrificios nuestras frustraciones generacionales premillennial.
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