¡Cristo ha resucitado! Vida nueva para nosotros también
Puedo decir “te amo” sin amar. Puedo aprender de memoria un bello poema de amor, e incluso recitarlo. Pero expresar el amor es otra cosa. Puedo realizar un prolijo análisis sintáctico y morfológico de ese poema; pero expresar el amor, sigue siendo otra cosa. Hay palabras que solo se pueden decir desde el corazón. Y “¡Cristo ha resucitado!” es una de ellas.
No es una frase más. No es un rito que se repite año tras año sin sentido. Es la certeza más hermosa que podamos tener: Jesús venció a la muerte. Está vivo. Y eso lo cambia todo.
Para algunos, tal vez muchos, la Pascua puede ser solo un recuerdo del pasado.
Pero para quienes hemos sido alcanzados con el don de la fe es una fiesta que nos involucra, que nos toca el alma y nos llama a vivir de otra manera. Porque si Él vive, nosotros también vivimos. Porque si Él resucitó, nosotros también resucitaremos con Él.
San Pablo lo dijo con fuerza: “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe” (1 Corintios 15,17). Pero no fue en vano. Él resucitó. Y esa es la razón de nuestra esperanza. “Él vive, y te quiere vivo”, escribió el Papa Francisco a los jóvenes.
Hay muchas cosas que parecen terminarlo todo. Una traición, la soledad, una enfermedad, una tumba. Pero la Pascua nos grita al corazón que la muerte no tiene la última palabra.
El amor es más fuerte que el odio, más fuerte que la muerte. Jesús, clavado y muerto en la cruz, no se quedó ahí. El Padre lo levantó, y con Él levantará también nuestra historia, por más herida que esté.
En los relatos de las apariciones de Jesús Resucitado es hermoso ver que Él no vuelve con reproches, sino con paz. No recrimina el abandono de los discípulos. No pregunta por qué se escaparon. No condena. Se aparece con el corazón abierto, las manos con heridas y un mensaje: “No tengan miedo. La paz esté con ustedes”.
Y se deja ver por su Madre, por mujeres sencillas, por los amigos que tanto lo necesitaron, por los que dudaban. A uno le muestra sus llagas, a otra la llama por su nombre, a otros los acompaña en el camino y parte el pan en su mesa.
Nos habla también a nosotros. Nos dice: “Yo estoy vivo. Estoy con ustedes. No están solos. Mi resurrección también es para ustedes”. La Pascua no es solo una promesa para después de la muerte. Es vida nueva aquí y ahora. Es una fuerza nueva que ya empezó. Cristo resucitado vive en vos y en mí. Nos regala la posibilidad de comenzar de nuevo. De volver a confiar. De mirar el futuro con esperanza. Después de la cruz hay resurrección, Dios hace nuevas todas las cosas. El alma, por más quebrada que esté, puede volver a cantar.
¿Y nosotros? También vamos a resucitar con Él.
No sabemos cómo será, pero sí con quién será: con Cristo. “Y si hemos muerto con Él, también viviremos con Él” (2 Timoteo 2,11). Esa es nuestra esperanza firme. Esa es la promesa que no falla. La Pascua es, entonces, una luz que nunca se apaga. Es mirar la vida desde el amor que vence. Es confiar, aun con lágrimas, en que nada se pierde para siempre. Que el amor que dimos, los abrazos, las palabras buenas, las luchas por ser fieles... todo eso resucita también. Porque está unido a Él, al que vive para siempre.
Puede suceder que el sentimiento no nos acompañe. Tal vez haya días oscuros. Pero la fe es confiar más allá de lo que vemos. Es caminar sabiendo que el Señor va con nosotros, aunque no lo reconozcamos.
Te copio unos versos de un poema-oración del Beato Cardenal Pironio: “Señora de la Pascua:/en las dos puntas de nuestro camino, /tus dos palabras: fiat y magníficat. / Que aprendamos que la vida es siempre/ un ‘sí’ y un ‘muchas gracias’. Amén”.
Feliz Pascua. Que el Señor resucitado te abrace, te levante y te regale la alegría de saber que nunca, nunca estamos solos. Él vive, y eso nos basta.
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