El complot de la cobardía y la avaricia
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo
Cada una por separado es nefasta. Pero cuando se dan la mano estamos ante un peligro grave. Suelen habitar en corazones secos de principios y valores.
Una es indolente y quiere salvar el propio pellejo. No arriesga ni se compromete. Se achica ante el poder, se justifica por sus limitaciones, se adormece en la impotencia, se encoge de hombros y se lava las manos.
La otra busca el beneficio económico a cualquier precio. Cada delito es visto como una inversión rentable de acuerdo a la oferta y la demanda. “¿Querés droga?”, tenés droga. “¿Querés un arma?”, tenés un arma, seas un vecino que se quiere defender ante la inseguridad, o un delincuente que quiere robar. Tampoco le importa la edad del comprador, ni si obra movido por la adicción; no es su problema. “¿Querés sexo?”, tenés sexo con la edad que quieras, mientras pagues.
Las mafias del crimen organizado mueven cuantiosas sumas de dinero. Engañan, secuestran, torturan, someten. Cerca del 90% de las víctimas son mujeres: niñas, adolescentes, jóvenes. Son captadas con falsas promesas de trabajo y estudio. A esto se suman secuestros al boleo, como cuando entra un zorro en el gallinero y agarra lo primero que puede. También hay raptos en estaciones de ómnibus o tren, a la salida de la escuela, el club o el boliche. Les retienen los documentos para que no se puedan ir.
Unos son oprimidos con trabajo esclavo. Talleres textiles en ciudad de BA conocidos como de cama caliente, donde trabajan por la comida, confeccionando ropa con marcas truchas. En zonas rurales duermen a la intemperie o en galpones en los cuales no se guarda ni el ganado.
Otras víctimas son dedicadas a la prostitución infantil y adolescente, incluyendo redes de pornografía. Las ofrecen en las rutas, los hoteles de lujo o en las calles. Muy bien controlados con amenazas de matar a alguien de la familia si se llegan a escapar.
Y no falta el tráfico de órganos, con extracción seguida de muerte. En todos estos atropellos vemos el Cuerpo de Cristo avasallado, humillado, vejado. Son sus heridas abiertas que manan sangre inocente.
El Profeta Isaías, siglos antes de Jesús denunciaba a parte de su pueblo con palabras que tenemos que gritar hoy: “las manos de ustedes están manchadas de sangre y sus dedos de iniquidad; sus labios dicen mentiras, sus lenguas murmuran perfidias (…). Sus obras son obras de maldad y en sus manos no hay más que violencia; sus pies corren hacia el mal; se apresuran para derramar sangre inocente” (Is 59, 1-7)
A veces estos atropellos ocupan espacio en los medios de comunicación y redes sociales. Pero al poco tiempo las víctimas caen en el olvido. Se vuelven invisibles, descartables.
Ayer, 8 de febrero, fue la memoria de Santa Josefina Bakhita, secuestrada cuando tenía entre 7 a 9 años, y obligada a caminar descalza casi 1000 kilómetros. Fue esclavizada y vendida en 5 oportunidades, siempre torturada y maltratada, salvo la última vez.
Nació el año 1869 en Sudán. Murió el 8 de febrero de 1947 a los 78 años de edad. Por el trauma que le ocasionó el secuestro y las torturas olvidó su nombre, y los secuestradores le apodaron irónicamente “bakhita”, que en su lengua nativa significa “afortunada”.
Bautizada cerca de los 21 años, eligió llamarse Josefina “afortunada” (bakhita), ahora por elección propia. Cuando conoció la fe cristiana, se sintió y supo amada por Jesús, que también fue azotado y torturado, y ahora la abraza a la derecha del Padre. Decía “Dios me ama y me quiere feliz”. Tuvo la esperanza puesta en Jesús Amor.
Acojamos con compromiso este llamado y “soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra […] todos hermanos” (Papa Francisco FT, 8).
Mañana, 10 de febrero cumplo 70 años de edad. Doy gracias a Dios por el don de la vida, la familia, los amigos, su amor, la vocación. Rezá para que viva con un corazón generoso en la entrega.
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